Por último

"...haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tienen razón."
(R.G.A.)

25.6.11

Margarita



 Al único teléfono del barrio
lo custodiaba Margarita,
en la estafeta postal.
Sus mofletes curtidos brillaban
con el sol de las tardes de octubre,
ah, look at all the lonely people,
rubia pulpera sin pulpería.
Un Sagrado Corazón
con tintas de oro y carmesí,
asomaba tras la cortina de su comedor,
espiaba mate en mano quién
y cómo usaba el aparato,
cada minuto de sus interminables horas,
y con su radio de Mañanitas Camperas
despertaba las calles somnolientas.
Margarita saludaba ¡chau querido!
a los chiquilines en guardapolvos
y les miraba a los hombres
la entrepierna, para distraer su soledad.

18.6.11

Radios


El viejo reparaba artefactos
en la soledad del galpón
y una radio de válvulas
le traía al Zorzal, cantando victorioso
sobre los golpes de martillo.
Nosotros, bien comidos,
ansiábamos cosas nuevas.
En esa época construimos
una radio a galena,
sobre la mesa de azulejos del patio
la materia inorgánica
cobraba vida y la ciencia,
sorprendentes verdades.
Los días pasaban seguros y arrogantes,
con el claro predominio del sol,
después se hacía la noche,
y siempre, en la noche,
desde el oscuro bar del barrio,
dos tremendos parlantes,
semana tras semana,
propalaban los éxitos
de la escuadra ajena,
llegaban desde el otro lado del mundo,
y las puertas de casa se sellaban,
para no escucharlos.
Uno de esos días,
con el partido en nuestra propia casa
y frente al tanto decisivo,
el viejo arrojó con violencia,
su mejor radio a transistores.
Se hizo pedazos sobre
las baldosas de la cocina
y frente al temor de todos,
yo lo vi maldecir en silencio
esa constancia de estar siempre
del lado de los perdedores.
La ciencia era capaz de animar
un trozo de roca gris,
pero nada podía aquietar
esas violencias repentinas.
Aprendimos muy pronto
lo insondable del corazón,
los límites de la razón humana.

6.6.11

Junio

 Mayo es traicionero cuando huye,
el Capitán Frío golpea las ventanas,
jinete desbocado pide vida,
sangre, sueños. Y los viejos saben
hay que pasar el invierno,
porque la tibieza ya pasó.
Siempre el invierno, y después,
a suerte y salud,
festejar otra primavera como a una novia.

Contra los vidrios empañados
voces apagadas anuncian
que ayer es débil, pero sigue vivo.
La vieja quema billetes del siglo pasado
para entrar en calor,
se acabó el Bragañolo y asola la tormenta.
Flamas amarillas, sus ventanas
resplandecen desde la calle desierta.
Pasa el botellero con guantes de lana azul,
su cabeza coronada por el resplandor
gira hacia mi ventana y se sonríe
sin envidiar mi abrigo,
arrastra su carro y sigue.
Pasa el afilador y sus cuchillos
lloran breves relámpagos
sobre la piedra.
Siluetas que se disuelven en la neblina.

Sobre mi calle desolación no hay velas
para ningún entierro, hoy la huesuda
se compadece, pasa de largo y sigue.
Todo sudor se dispersó en la atmósfera,
en la calle los cuerpos abrigados
no conservan su forma original,
todo lo vivo baila con su suerte.
¿Y quién conoce ahora el exacto trabajo
de los otros?, ¿cómo aprehender
el cansancio de esos cuerpos ajenos?
Rostros velados por ceniza me reclaman,
no es la niebla ni el agua, es ceniza,
cenizas esparcidas desde el propio
volcán que nunca cesa, nunca abandona
su avidez, su hambre de presentes y mañanas.
Puertas con burletes, ventanas clausuradas.
Y Junio abre el desván de la memoria.