Por último

"...haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tienen razón."
(R.G.A.)

26.11.08

"La poesía nos enseña a esquivar las trampas de la realidad"

José Manuel Caballero Bonald

Sus últimos versos aparecerán en La noche no tiene paredes. El z autor confía en el poder curativo de la obra poética frente a la indolencia y la apatía: "Es una línea recta hacia la emoción"

La edad me ha ido dejando / sin venenos, / malgasté en mala hora / esa fortuna. / ¿Qué más puedo perder?", se pregunta José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) a sus 82 años recién cumplidos, en su nueva obra, La noche no tiene paredes, un libro de poemas cuyo título es "intencionadamente novelístico" y que hasta cierto punto sigue, según sus propias palabras, "la norma estilística del anterior, Manual de infractores, porque aunque en lo formal éste se acerque un paso más al irracionalismo, en su temática aparecen otra vez la obsesiva meditación sobre los estragos del tiempo y la ira hacia los desastres cotidianos de este mundo en el que por el lado de los poderosos predominan el caos, la injusticia, el engaño y las arbitrariedades, y por el lado de los débiles impera la sumisión". No es su caso, al menos no siempre, porque como también se dice en otros versos del poema que hemos citado, aunque a menudo sienta que ya vive "el tiempo / ruin de los antídotos", y que ya no tiene a mano "la osadía de bordes delictivos", "el amor consumiéndose / como un licor impuro" o "la excitante / trastienda de la noche", de vez en cuando vuelve a apoderarse de él "cierto amago fugaz de furia y desacato".

PREGUNTA. ¿No será que con tanto criticar la poesía social y convertir en sospechosos a los escritores comprometidos se terminó por alejar la poesía de la realidad y ahora va a hacer falta encontrar algún camino de regreso, algún atajo que la traiga de vuelta a los lectores?

RESPUESTA. La poesía social tuvo muy mala prensa, y con razón, porque muchos la habían abaratado a base de simplificar el lenguaje, reducir los argumentos del poema a simples consignas y desdeñar su parte artística en beneficio de su parte ideológica. De todo aquello queda lo único que puede quedar: los poetas como Blas de Otero, que era grande al margen de lo que escribiera. Y desde luego que hoy hace falta también una poesía que, como mínimo, no le dé la espalda a la degradación de las sociedades en las que vivimos y en las que los poderosos nos engañan, nos dejan sin apoyaturas, se reparten el mundo, se lo llevan todo y ganan siempre, en cualquier circunstancia, y más aún cuando todos los demás pierden, tal y como está viéndose ahora mismo, porque la crisis económica los está haciendo más ricos todavía. Yo creo que ya empieza a verse en ciertos poetas jóvenes una reacción, una crítica a lo que está ocurriendo, y eso es importante porque aunque éste sea un mundo de personas serviles, la buena literatura está hecha por gente desobediente.

P. Imagínese que en lugar de tener 82 años tuviese 25 o 30. ¿Sería uno de esos jóvenes? ¿Qué tipo de poesía intentaría escribir?

R. La que estoy escribiendo en los últimos tiempos, desde Manual de infractores hasta ahora mismo, en La noche no tiene paredes, cuyo título ya es una metáfora de la libertad. Creo que podría sentirme bastante cómodo entre algunos de esos poetas de ahora mismo cuya única escuela es que no tienen ninguna, sino que cada uno va por su lado, aunque me parece que todos ellos comparten, cada uno a su modo, un cierto gusto por el hermetismo y un rechazo hacia ese realismo plano que proviene del siglo XIX y que tan arraigado está en la poesía y la novela españolas. Yo estoy contra la poesía que cuenta las cosas tal y como son, porque para mí el poeta nunca puede caer en lo obvio, no debe ofrecer una fotocopia, sino una interpretación de la realidad, un modo de ahondar en ella, de buscar sus enigmas. A mí, el contacto con esos jóvenes a los que me une cierto parentesco estético me sienta bien, me quita años de encima.

P. Suele decir que la poesía tiene para usted un poder curativo. Si es así y en España se lee tan poca poesía, es que este país está enfermo... ¿De qué?

R. De indolencia. De apatía. De sumisión. La mayoría nos hemos vuelto conformistas, gregarios, cuando no directamente serviles. Y una minoría, pero que es muy ruidosa, no se ha vuelto nada, sigue igual que siempre, en el franquismo o en sus alrededores, me refiero a toda esa gente que no tolera los derechos de los demás, aunque ejercerlos no vulnere ninguno de los suyos: los que se manifiestan contra el divorcio, contra las bodas entre personas del mismo sexo, contra el aborto; a favor de que se imponga en los colegios, por la fuerza y sin alternativas, la asignatura de Religión; o que son enemigos viscerales de la Ley de la Memoria Histórica, porque preferirían que las víctimas de la represión sigan enterradas en fosas comunes y que las estatuas de Franco sigan en las plazas públicas... Reconozco que todo eso me indigna, me hace sentir que en España aún pervive un lado oscuro, cerril, grosero. Y es verdad que, frente a todo eso, frente a una realidad a veces tan escabrosa, para mí la poesía ejerce un poder curativo, y tengo la esperanza de que eso pudiera ocurrirles también a otros, por eso creo que cualquier iniciativa que se encamine a promover la lectura de poesía tiene que ser celebrada como una muy buena noticia. En cualquier caso, parece que de un tiempo a esta parte se lee algo más, aunque no se trate de un aumento espectacular en cuanto a la cantidad, pero sí en lo que respecta al porcentaje: si antes se vendían 2.000 ejemplares, ahora pueden venderse 4.000. Es poco, pero es el doble.

P. Y a un aspirante a poeta, ¿qué consejos le daría?

R. Bueno, que lea este libro tuyo que acabas de reeditar, Siete maneras de decir manzana. Yo lo acabo de releer con gusto y estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dices, aunque no comparto tu admiración por algunos poetas como Auden. Pero claro, ésa es una cuestión de gusto personal, porque a algunos compañeros de generación, como Jaime Gil de Biedma, también les gustaba mucho, y yo creo que, de hecho, tiene mucha influencia de él en su obra.

P. ¿Qué papel cree que puede jugar la poesía en este mundo de realidades globales, corrientes de opinión y pensamientos únicos?

R. Puede ser una defensa contra todo eso, porque la poesía nos enseña a pensar por nosotros mismos, a formarnos una opinión personal de las cosas y a esquivar las trampas de la realidad. Y además es una línea recta hacia la emoción, que yo creo que es el sentimiento más noble, el más exquisito de todos. Yo recuerdo muy bien ese sentimiento, me acuerdo de cuando empecé a leer y a saltar de un libro a otro; al principio, alguna novela de Emilio Salgari; luego, otras de aventuras, especialmente si ocurrían en el mar, que siempre fue mi escenario predilecto, y así llegué a Robert Louis Stevenson, a Joseph Conrad, a Herman Melville, a Jack London... Y después llegué a la poesía, en una temporada en la que estaba enfermo, en cama, y un amigo me llevó la antología de los poetas de la Generación del 27 hecha por Gerardo Diego y un tomo de Juan Ramón Jiménez que me dejó paralizado, me turbó de un modo inexplicable y me hizo sentir esa emoción rara y muy profunda que, en mi caso, fue lo que me impulsó a querer ser poeta. Otro consejo que le daría a un joven que quisiera aprender a escribir versos es que lea de arriba abajo a Juan Ramón Jiménez, que con todos sus excesos es un entrenador de poesía extraordinario.

P. Volviendo a los cambios que ha habido en su última poesía, no deja de ser curioso que cuando quiere hacer una poesía que proteste, que clame contra los horrores de este mundo, opta por la severidad, en lugar de por la opulencia, que era el camino de Neruda, Alberti o Miguel Hernández. ¿Piensa, como Auden, que cualquier poeta moderno que levante demasiado la voz sonará falso?

R. Lo que está claro es que hoy ya no hay Albertis ni Nerudas, que ya no quedan poetas de esa estirpe, combativos, militantes, abanderados que tenían la voluntad de serlo porque escribían versos para ser dichos en plazas públicas llenas de banderas, por así decirlo, seguramente porque ni las circunstancias históricas son iguales ni la concepción que los poetas tenemos de nosotros mismos caballero bonald es la misma. Al menos en nuestra cultura, porque en el mundo árabe, por ejemplo, es muy distinto, yo he estado en algunos países en los que los poetas son poco menos que reverenciados, y los he visto leer para multitudes enfervorizadas, en campos de fútbol en los que sesenta o setenta mil personas los aclamaban como a héroes, coreaban los poemas... Algo increíble. En nuestro ámbito, a veces es fácil tener la impresión de que un artista es un estorbo, o un ornamento, pero en otras partes todavía se ve a los creadores casi como oráculos, o al menos se los considera, en principio, personas a las que merece la pena escuchar. Quizá es que el interés por la cultura es allí más profundo y aquí más superficial.

(Fragmentos del reportaje de BENJAMÍN PRADO en © Babelia )

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